El mundo empresarial se encuentra cada vez más expuesto al escrutinio público y, por ende, a riesgos reputacionales; por ello, cumplir con la ley ya no es suficiente. Hoy, las organizaciones que trascienden no solo tienen políticas de compliance, sino que integran la ética en su ADN. ¿Es posible que el cumplimiento deje de ser visto como un conjunto de reglas para convertirse en una expresión viva de la cultura organizacional? La respuesta podría redefinir el futuro de las empresas.
Compliance y cultura organizacional suelen ser abordado como conceptos separados, a pesar de estar profundamente entrelazados. El primero establece los marcos que regulan el comportamiento, mientras que la segunda define “cómo se hacen las cosas aquí”. Si el compliance se limita a documentos y capacitaciones formales, sin conexión emocional o cultural con las personas, su impacto será superficial. Pero cuando se alinea con los valores, creencias y comportamientos cotidianos de la organización, se convierte en una verdadera palanca de transformación.
Las investigaciones respaldan esta visión. Según estudios de LRN Corporation, las organizaciones con culturas éticas sólidas tienen un 40% menos de incidentes de incumplimiento. Un entorno donde la integridad es parte de cada decisión es mucho más efectivo que cualquier manual. La cultura es el “compliance invisible”: está presente en las conversaciones informales, en cómo se resuelven los dilemas éticos, en la forma en que los líderes actúan cuando nadie los observa y también cuando los equipos los miran.
Tomemos como ejemplo a Patagonia, empresa americana de ropa al aire libre, reconocida no solo por su compromiso ambiental, sino por una cultura interna coherente con ese propósito. El compliance ambiental no es una obligación, sino una convicción compartida. O pensemos en las organizaciones que, tras escándalos, lograron reconstruir su reputación al transformar profundamente su cultura, posicionando la ética y la transparencia como pilares de su identidad.
Para que el compliance influya verdaderamente, necesita “hablar el idioma” de la cultura: ser visible en los rituales, recompensas, liderazgo y símbolos de la empresa. Requiere pasar del enfoque punitivo a uno de conexión con las personas, con un enfoque pedagógico y basado en las relaciones, donde el error se convierte en aprendizaje, y el diálogo reemplaza al miedo. Los líderes, en este contexto, son figuras clave: modelan comportamientos y transmiten señales poderosas sobre lo que realmente importa.
Cuando compliance y cultura se alinean, la organización no solo previene riesgos, sino que genera confianza, compromiso y sentido. En lugar de preguntarnos si los colaboradores cumplen por obligación, deberíamos preguntarnos si lo hacen por convicción. Porque el verdadero poder del compliance no está en las normas, sino en las personas que creen en ellas.
¿Tu cultura está lista para ser la mejor aliada del cumplimiento?
Sandra Documet, Chief Compliance Officer en Nova Infra Invest